Historia

Reseña.

La Edad de Oro del Islam o Edad del Islam Clásico

La Edad de Oro del Islam, también conocido como la Edad del Islam Clásico se extiende entre los siglos VII y XV. Es un período donde los pensadores, científicos y artistas musulmanes crearon una civilización única basada en el modo de vida (Din en árabe) del monoteísmo del Islam y en las aportaciones de otras civilizaciones anteriores, como la helénica, la latina, la persa, la india y la china.

Tuvo lugar entonces una globalización bien entendida donde la fe y la razón lejos de ser antónimos fueron sinónimos de expresión y redención. Así se proclamó conjuntamente la Revelación divina y el humanismo solidario para fomentar el conocimiento, la sabiduría y la fraternidad. En este universo multifacético se predicó y se practicó la convivencia no sólo con los judíos y los cristianos, sino también con otras creencias, pueblos y culturas.

La historia oficial afirma que Occidente heredó directamente el legado cultural de Grecia y Roma. Pero si la mayoría de los manuscritos griegos y latinos fueron destruidos a partir del saqueo de la Biblioteca de Alejandría en 391, los archivos de Roma fueron devastados en sendas ocasiones entre 410 y 476 por visigodos y hérulos, y los escasos vestigios clásicos que quedaban en Atenas fueron arrasados por Justiniano I en 529, ¿cuál fue la conexión que logró transmitir esa literatura y pudo ser aprovechada en un período anterior al renacimiento?


La salvación de las piezas literarias se realizó durante ochocientos años de activa y responsable tarea de recopilación por parte de los árabes durante la línea de tiempo que oscila entre 650-1450 en la que fueron rescatados, traducidos y retransmitidos hacia los cuatro puntos cardinales.

El Islam desde un principio enfatizó la adquisición de conocimiento. El Profeta del Islam, Muhammad (PyB), recomendó: «¡Buscar la ciencia en todas partes, hasta en la China!» y «¡Echar mano de la sabiduría sin mirar el recipiente que la encierra!».

Llevando a la práctica esos consejos, los primeros musulmanes, en apenas dos siglos (del VII al IX) aprendieron la ciencia, el arte y la filosofía de los griegos, romanos, persas, indios y chinos. Más tarde, supieron devolver esos préstamos generosamente, sintetizando, corrigiendo y transmitiendo ese conocimiento a su civilización y a través de ésta al Occidente.

 

Redescubrir y elaborar eran habilidades y fortalezas de los sabios musulmanes que fueron los custodios de las enseñanzas del mundo antiguo. Platón, Aristóteles, Euclides, Hipócrates, Galeno fueron cuidadosamente salvados desde el mismo momento que los musulmanes comprendieron el valor de la ciencia, las matemáticas y la medicina. En los siglos diez y once, Bagdad, El Cairo y Córdoba llevaron a cabo ese trabajo en sus casas de sabiduría. El saber universal fue entonces el origen de la palabra universidad. Las ondeantes togas de los graduados provienen de observar la indumentaria de aquellos árabes.

La cultura científica de los musulmanes clásicos es una sabiduría práctica, concreta, basada en las necesidades de la vida, adquirida mediante la observación y la experiencia. Los científicos musulmanes, al igual que Arquímedes, Herón o Dioscórides, nunca se separaron del saber empírico, por el contrario, lo profundizaron.

 

La invitación de Sócrates a través de la reflexión, el “Conócete a ti mismo”) coincide singularmente con la exhortación del Profeta Muhammad (PyB) “Conócete a ti mismo y conocerás a tu Creador”.

El movimiento científico y filosófico del Islam no sólo interpretó el saber de los antiguos sino desarrolló una nueva ciencia donde la razón sustentaba a la fe y viceversa como ordena el Sagrado Corán. Esta fue la base esencial que permitió construir el Renacimiento y la Ilustración, que a su vez posibilitaron la Modernidad, y con ella vinieron los anhelados e imprescindibles derechos civiles y humanos, y la libertad de expresión y pensamiento.

Los grandes historiadores y la historiografía musulmana

«La historia cautiva el oído del sabio y el del ignorante; el simple y el inteligente se encantan con sus relatos y los solicitan. La historia comprende todas clases de temas… Su superioridad sobre las otras ciencias es evidente, y todos los ingenios le conceden la supremacía. Con razón dicen los sabios que el amigo más seguro es un libro… Te ofrece al mismo tiempo el comienzo y el fin, poco o mucho; reúne lo lejano a lo que está cerca de ti, el pasado al presente; combina las formas más diversas, las especies más distintas. Es un muerto que te habla en nombre de los muertos, y que te hace accesible el lenguaje de los vivos. Es una persona íntima que se alegra con tu alegría, que duerme con tu sueño y que sólo te habla de lo que gustas».
Al-Mas’udi () en su obra (“Las praderas de oro”)

Los musulmanes contaron entre los siglos IX y XVII con grandes historiadores (muarrijín; singular, muárrij) que escribieron obras memorables. La historiografía en el Islam se ha expresado a través de una disciplina específica, el tarij cuya equivalencia habitualmente admitida por los traductores es «historia».

Vinculado a necesidades particulares y muy diversas de la vida práctica (religiosos, legislativos, jurídicos, políticos, administrativos, sociales, científicos), el interés por el pasado se manifestó desde el siglo I de la Hégira (VII de la era occidental).

Se asiste entonces a un vasto movimiento —que no hará más que extenderse, especialmente entre los siglos VIII y XVII de la era occidental— de recopilación y escritura de informaciones de todas clases (ajbar: relatos, informaciones; azar: huellas, vestigios, declaraciones, obras; ahadiz: dichos, narraciones, tradiciones).

Entre el siglo I y el IV de la Hégira (siglos VII al X d.C.), la cultura islámica acumula un vasto saber sobre el tiempo. Ese saber, que tiene sus raíces en la tradición árabe anterior, se enriquece con los aportes persas, indios, griegos y egipcios y se nutre de los trabajos de los astrónomos y los geógrafos. La magistral síntesis que de él lleva a cabo al-Biruni en la primera mitad del siglo V/XI impresiona por su tono de objetividad. Es la más vasta y rigurosa suma de conocimientos sobre el tiempo que el hombre haya acumulado antes de la época moderna. A partir del siglo II/VIII experimentan una expansión progresiva la datación, la adopción del orden cronológico y la elaboración de cuadros y esquemas. Consignar la fecha indicando el año, el mes y el día se impone ahora como regla casi absoluta cuando el historiador tiene que relatar la mayoría de los hechos. El contraste es manifiesto con la historiografía del Occidente medieval donde sólo a partir del siglo XI se generalizará el sistema cronológico unificado y donde todavía en el siglo XIV es poco segura la cronología de los principales acontecimientos.

 
 

La originalidad de la historiografía musulmana, pero también sus límites, residen en su concepción de la información histórica (jabar). El jabar (pl. ajbar) es el hecho, el acontecimiento tal como lo trata el discurso o como se presenta en un “relato”. El historiador no se ocupa de los hechos desnudos, sino que parte de un elemento dado que es el relato tal como lo transmite la tradición, escrita u oral, o tal como lo presenta un testigo vivo (que puede ser el historiador mismo). Su tarea consiste pues, prioritariamente, en autentificar o validar los relatos mediante la crítica de los testimonios y de los cauces de transmisión. El historiador no endereza su labor a buscar o sentar hechos sino a acopiar, clasificar y organizar informaciones, fundamentando su validez. La verdad intrínseca de los relatos no pasa de ser cuestión relativamente secundaria hasta Ibn Jaldún, el cual erige el conocimiento de las leyes del umran (el orden humano, la sociedad) como fundamento de la crítica histórica.
El historiador musulmán clásico está obligado a respetar, a menudo literalmente, los relatos que le llegan de la tradición. Y esos relatos puede clasificarlos en géneros muy diversos, organizarlos libremente en obras de compilación más o menos vasta, pero lo que no puede es elaborarlos a su guisa, reconstruirlos o refundirlos según una perspectiva propia.

Por consiguiente, no hay en la historiografía musulmana reconstrucción del pasado a la manera griega ni historia teológica tal como se nos muestra en la Edad media cristiana. De ahí esa imparcialidad que suele reconocérsele. De ahí también su concepción de un tiempo estacionario que no lleva en su seno dinámica alguna de evolución o de progreso sino que simplemente ordena desde el exterior la sucesión de los acontecimientos. Una vez más Ibn Jaldún quien, al contemplar la evolución del nacimiento al ocaso, de vastos conglomerados humanos como los árabes, los bereberes, los persas y los “rum” (griegos, romanos, bizantinos), conferirá a esa visión una dimensión nueva.

El primer período, que llega hasta el siglo III de la Hégira, culmina con esa suma que es el Kitab ar-rusul ua-l-mulk (Libro de los profetas y los reyes) de at-Tabari. La era de la Hégira entra rápidamente en vigor. El método de la isnad (constitución de una cadena de fiadores y crítica de los testimonios), concebido en un principio para satisfacer las necesidades de las ciencias religiosas, se aplica a la biografía del Profeta, al relato de las conquistas musulmanas y, progresivamente, a todo tipo de relatos.

 

Aparecen los primeros relatos históricos, que a veces cristalizan en géneros: maghazi y sira (incursiones y biografía del Profeta), futuh (conquistas), ahdaz (acontecimientos políticos principales), ajbar al-awa’il (narraciones relativas a los reyes y a las naciones anteriores al Islam), ayyam al-arab (relatos referentes al pasado de los árabes), ansab, ma azir, mazalib (genealogías, hazañas, vicios), biografías de sabios, también conocida como ‘Ilm al-Riÿal (ciencia de las biografías), listas de maestros, crónicas políticas y administrativas, historias de las dinastías omeyas y abasíes, colecciones de cartas de los secretarios. Poco a poco se va imponiendo la costumbre de fechar hechos y acontecimientos y de seguir el orden cronológico.

Ven la luz gran número de síntesis, como las Maghazi (sing. maghzat) de Muhammad Ibn Umar al-Waqidi (747-823), la Sira de Muhammad Ibn Ishaq Ibn Yasar (704-767), las Tabaqat (categorías; clasificaciones) de Ibn Sa’d (m. 845), las Ajbar al-tiwal (largas historias) de al-Dinawari (815-902), los Ansab al-Ashraf (nobles linajes) de Ahmad Ibn Iahia al-Baladhuri (m. 892) y el Tarij de al-Ya’qubi (m. 897). Todas estas obras forman ya una vasta literatura histórica de la que ha llegado hasta nosotros relativamente poco, pero acerca de la cual disponemos de un testimonio muy preciso gracias a la lista de los títulos de obras que se incluyen en las bibliografías elaboradas posteriormente, como el Fihrist (índice) de Ibn al-Nadim al-Bagdadi (936-995), terminado en el año 377 de la Hégira (988 d.C.).

 

El segundo período, el así llamado ‘clásico’, se caracteriza por la aplicación de todas esas tendencias, aunque con cierto menoscabo del método de las isnad (cadenas de testimonios) y, a la vez, por la aparición de nuevos géneros. Después de at-Tabari, pero sin ejercer la misma influencia que él, al-Mas’udi compone las “Praderas de oro”, otra historia de tendencia universalista. A partir del siglo IV de la Hégira (X d.C.), la historiografía, más o menos oficial, se apoya más decididamente en los archivos del estado o en los archivos provinciales. Así acontece con las obras de Hasan Ibn Thabit Ibn Sinán as-Sabi (el Sabeo).

La historia de las ciudades se impone como género de importancia cardinal, con una abundante producción, cuyo ejemplo más ilustre es la Historia de Bagdad de al-Jatib al-Bagdadi. Al mismo tiempo se perfeccionan y multiplican los diccionarios biográficos, relacionados con la vida religiosa e intelectual: repertorios de poetas y de especialistas diversos, colecciones de doctores pertenecientes a las distintas escuelas teológico-jurídicas, catálogos de escritores, vidas de santos, etc. La tradición historiográfica se implanta sólidamente y florece en las diversas regiones del dominio islámico.

 

En cuanto al tercer período, que se inicia a mediados del siglo V de la Hégira (XI d.C.), tiene su origen en la ruptura causada por las profundas transformaciones políticas que en aquella época experimenta el mundo del Islam. El horizonte de la producción historiográfica se encoge y estrecha hasta mediados del siglo VI (XII d.C.). seguidamente, es Siria la que va a desempeñar durante algún tiempo un papel prominente, con historiadores como Ibn al-Tayyi, Ibn Abi al-Dam e Ibn al-Nazif, autores de grandes historias universales, a los que un poco después viene a continuar Ibn al-Atir, autor de al-Kamil (Libro completo de las crónicas). Le toca después a Egipto la suerte de ser la cuna de grandes historiadores como Ibn Hayar, al-Maqrizi, al-Ayni, Ibn Tighiribirdi, al-Sajawi y al-Suyuti. En el Magreb vive y escribe por la misma época Ibn Jaldún, cuya obra innovadora será admirada en su siglo pero sin que tenga continuadores. Por último, le tocará el turno a los historiadores otomanos que se extienden hasta el siglo XX.

Civilización

Breves reseñas.

Civilización islámica

El énfasis coránico en el ilm, el “conocimiento”, se convirtió en la fuerza motriz de la sociedad musulmana, lo que transformó el Islam en una civilización mundial en el siglo VIII.

En el cenit del período clásico, más de 500 definiciones de conocimiento competían por la atención de los creyentes.

Todo había comenzado con cuatro recomendaciones del Profeta Muhammad (PyB):

«¡Id en busca de la ciencia a todas partes, hasta en la China!».
«¡Echad mano de la sabiduría y no miréis el recipiente que la encierra!».
«Buscad la ciencia desde la cuna hasta la tumba».
«El que deja a su hogar en busca de conocimiento, sigue el sendero de Dios hasta el día de su regreso».

Traducciones y transmisión del saber

En un principio los primeros musulmanes pusieron mucho énfasis en las traducciones y la absorción del conocimiento de otras civilizaciones, como la egipcia, la babilónica, la griega, la india, la china y la persa. En un corto período de tiempo, se tradujeron al árabe libros en griego, siríaco, sánscrito, chino y persa: uno de los ejemplos más destacados de trasvasamiento cultural de la humanidad.

Análisis y práctica

Después de la traducción vino la ardua y prolija tarea de examinar críticamente, analizar y aceptar o rechazar los conocimientos de otras civilizaciones. La civilización musulmana se vio entonces en un profundo debate y el libro se convirtió en el vehículo clave para comunicar ideas.

La industria del papel

A comienzos del siglo VIII los libros se elaboraban con pergamino y papiro, por lo que eran difíciles de manejar y de obtener. Los musulmanes aprendieron el arte de fabricar papel de los chinos. Introdujeron una serie de innovaciones esenciales y lo convirtieron en una industria. De este modo, los libros se volvieron accesibles y relativamente baratos. Hacia principios del siglo IX, el papel ya era el soporte habitual de toda la comunicación escrita.

Fotocopiadoras humanas

La industria del conocimiento originó la profesión de al-warraqín (lit. los que manejan el papel). Los warraqín eran fotocopiadoras humanas: copiaban manuscritos fiel y rápidamente. Copiaban cientos de páginas en horas y para los tomos más largos tardaban unos pocos días. La mayoría de los warraqín elaboraban su propio papel y regenteaban sus propias librerías. Mientras que los puestos de warrãq se encontraban por todas partes en ciudades como Bagdad, Córdoba, Damasco, El Cairo, Granada, Fes y Samarcanda, las librerías en sí solían concentrarse en un barrio concreto de la ciudad. Al-Yaqubi, el famoso erudito musulmán de fines del siglo IX, contó más de cien librerías sólo en el barrio de Wadda, en Bagdad.

La librería más famosa

La librería más famosa de la historia musulmana perteneció al bibliófilo del siglo X Ibn al-Nadim (936-998). Esta librería, en Bagdad, estaba atestada de miles de manuscritos y era muy famosa como lugar de destacados escritores y hombres de letras de su época. El catálogo de su librería, al-Fihrist, es considerado una enciclopedia de la cultura islámica medieval.

Escritores y editores

La industria editorial iniciada por los warraqín se basaba en un sistema de cooperación mutua entre los escritores y sus editores. Un escritor que deseara publicar un libro comunicaba sus intenciones públicamente y también contactaba con uno o dos warraqín. El libro era “publicado” en una mezquita o en una famosa librería, donde el autor dictaba su libro cada día durante un tiempo prefijado. Cualquiera podía asistir y no era inusual que un buen número de estudiantes y eruditos estuvieran presentes durante el dictado público. Una vez que el libro estaba acabado, se presentaba un manuscrito escrito a mano al autor para que lo revisara u corrigiera. Sólo cuando el autor había dado el permiso definitivo, el libro pasaba a ser de dominio público y se hacían copias del original. Los autores, de acuerdo con el warrãq, recibían derechos de autor.

Confección y volumen

Los manuscritos escritos a mano era del tamaño de un libro actual, estaban escritos por ambas caras, llevaban cubiertas de cuero y apenas eran el doble de voluminosos que sus equivalentes impresos actuales. Por ejemplo, el manuscrito del famoso Kitab al-Agani al-kabir, escrito por el literato al-Isfahani (897-967), un compendio de pasajes de poesía y prosa, con muchas historias sobre califas, poetas, cantantes y héroes populares, constaba de 5.000 páginas agrupadas en 24 tomos. Según el historiador Ibn Jaldún (1332-1406), el califa cordobés al-Háqam II (m. 961) se hizo reservar la primera edición girándole al autor la fuerte suma de mil dinares de oro. Cuando la obra, una de las máximas y más preciosas de la literatura árabe, llegó a las manos de al-Háqam, éste quedó tan fascinado con ella que le giró otros mil dinares al autor, algo que difícilmente se haría en nuestros días.

Bibliotecas y bibliófilos

En la Edad de Oro de su civilización, los musulmanes estaban más orgullosos de sus bibliotecas que de sus armas, palacios y jardines. Cuando los castillos de los príncipes cristianos tenían bibliotecas de 10 volúmenes, mientras no excedían de 30 o 40 las de los monasterios más famosos por su ciencia, como Cluny o Canterbury, la del Cairo de los Fatimíes albergaba más de un millón 600 mil de manuscritos en cuarenta salas construidas ex profeso, y la de los califas cordobeses rondaba los 400 mil. Las bibliotecas musulmanas disponían de estantes abiertos para almacenar y exponer los libros. Nada se interponía entre los libros y sus usuarios. Éstas estaban financiadas por el Estado islámico y en ellas estaban representados todos los dominios del saber. A los lectores se les proporcionaba pluma, papel y tinta, y los bibliotecarios y los investigadores ¡percibían un salario!

Bibliotecología

La aparición de semejantes bibliotecas suscitó una pregunta fundamental: cómo clasificar el conocimiento con fines docentes y cómo organizar los libros en los estantes. Las propias clasificaciones desencadenaron la aparición de numerosos géneros de obras de consulta y bibliográficas: tesauros y diccionarios, enciclopedias, diccionarios biográficos, históricos y centenarios, tablas genealógicas, guías geográficas, así como obras de consulta narrativas e interpretativas. Fueron los musulmanes los primeros bibliotecólogos de la historia.

Arte

Reseña.

Arte y Arquitectura Islámica

Muchas veces el arte y la arquitectura islámica han sido objeto de estudio de investigaciones que han pretendido develar su alcance e influencia abarcando toda su larga historia y su maravillosa y variada producción. No menores son los estudios que han caído, consciente o inconscientemente, en el afán de desvirtuar los resultados de sus investigaciones, producto del lente deformante de las cruzadas y del dogmatismo religioso a través del cual ha sido presenciado, desde Occidente, el fenómeno del Islam, con el objeto de desconocer su influencia, asumiendo algunas manifestaciones, el carácter de engendros espontáneos sin influencias reconocidas.

Sin embargo, es menester destacar que este fenómeno tan lejano, que para algunos historiadores fue una brutal invasión que desgarró a Europa, arrasando con todo lo que en ella existía, fue para otros una influencia que dio a Oriente y a Occidente su mejor época de convivencia pacífica y florecimiento artístico y literario.

Ahora bien, América Latina recibió los influjos del Islam precisamente de quienes pretendían hacerlo desaparecer de su propia historia luego de siglos de absoluto predominio filosófico sobre sus propias vidas cotidianas, y por lo mismo pretendió negarse a aceptar su procedencia, dando muestras, una vez más, de la incomprensión profunda de la discusión filosófica que se escondía tras las construcciones materiales que no eran más que el fiel reflejo de construcciones filosóficas que gozaron de mayor autoridad durante varios siglos, sin necesidad del recurso a la violencia.

La filosofía del Islam ha modelado las construcciones y el paisaje urbano de numerosas regiones de tan diversas culturas y tradiciones, tanto artísticas como técnicas. Pretendemos entregar a través de este curso los elementos necesarios para acercarse desprejuiciadamente, no a las obras de arte ni a la arquitectura, sino más bien a la causa última de esa introversión esencial que existe en el espacio islámico y que ha quedado de manifiesto en numerosos trabajos que pretendiendo limitar los alcances del Islam, nunca incorporaron en ellos a la arquitectura colonial latinoamericana. La intención es demostrar que para analizar la influencia islámica no es lo más importante reconocer las formas que pueden o no repetirse de un lugar a otro, sino más bien cómo el eclecticismo islámico fue capaz de entregar una unidad estética formal que trascendió todas las fronteras de las distintas culturas que el Islam fusionó; cómo fue capaz de partir desde un vacío arquitectónico casi perfecto hasta entregar a la humanidad una de las mejores muestras de tolerancia, integración y respeto por todas las culturas unificándolas en un producto de unidad estética formal tan profunda sin la necesidad de destruir o deshechar nada de lo valioso que existía en las distintas culturas que el Islam unificó en su camino reivindicatorio del monoteísmo abrahámico.

Los musulmanes, que en el transcurso de media centuria avanzaron del desierto desde el Hiÿaz en Arabia hasta las columnas de Hércules en Occidente y hasta los confines de la India en Oriente, conquistaron países ya civilizados. Sus dominios alcanzaron un área mucho mayor que la del Imperio Romano en la época de su máxima extensión y abarcaron varias naciones cuya arquitectura era diferente de la de Roma y en muchos casos bastante más antigua.

La fe del Islam fue el factor que transformó y unió tan diversas normas de construcción en un solo estilo que poseía características individuales; porque los edificios levantados por los musulmanes durante los primeros años fueron principalmente mezquitas y palacios, y la mayor parte de las obras arquitectónicas importantes en las siguientes centurias continuaron siendo mezquitas u otros edificios religiosos, como madrasas (universidades teológicas), conventos y mausoleos, con las correspondientes mezquitas.

La arquitectura islámica de todos los períodos y de todas las regiones tiene un rasgo distintivo: la armonía y la belleza. El dicho del Mensajero de Dios, Muhammad (PyB): «Dios es Bello y Ama la Belleza», habla de la fuerte ligazón que existe en el Islam entre arte e espiritualidad.

La mezquita fue el edificio tipo principal, cuya forma variaba bastante según las diferentes localidades, aunque conservando su estructura fundamental. La peregrinación anual a La Meca desde los cuatro puntos cardinales del mundo islámico contribuyó indudablemente a la uniformidad adoptada por la mezquita; así, en cada una de las ciudades por que pasaba el peregrino durante su largo viaje, haría sus oraciones en la mezquita local, y si, por casualidad, sucedía que el peregrino era un artífice o un alarife (al-’arif: “el conocedor”, en este caso de la arquitectura), en seguida se daría cuenta de la disposición de su estructura.

La primera mezquita del Islam fue la casa del Profeta Muhammad (PyB) en Medina y fue construida por él mismo en 622 (año primero de la Hégira). Esta fue el prototipo de todas las demás. Era un recinto cuadrangular, rodeado por muros de piedra y ladrillo; una parte del mismo, el sector norte, donde el Santo Profeta hacía sus oraciones, estaba cubierta con hojas de palma y barro, apoyada sobre troncos de palmera. Los fieles se prosternaban en dirección Norte, en el sentido de la ciudad santa de Jerusalén, y esta dirección, al-Quibla, estaba marcada en alguna parte. El año 624, dicha orientación para los fieles se cambió por mandato divino en el sentido de La Meca; es decir, que la misma varió de Norte a Sur.

La mezquita que se construyó después en Kufa (Irak), en el año 639, tenía la techumbre colocada sobre columnas de mármol llevadas del primitivo palacio de los reyes persas de Hirah; también era cuadrada, pero en lugar de un muro circundante estaba rodeada por un foso. En 642 se fundó en Fustat (ciudad ampliada por los fatimíes a partir de 969, a la que llamaron al-Qahira, «la Victoriosa», luego occidentalizada El Cairo), por el general Amr Ibn al-’As (m. 663), una mezquita más pequeña; era de planta cuadra, no tenía patio (sahn) y encerraba un elemento nuevo, el alto púlpito (minbar).

Al final del siglo VII aparecieron los alminares donde se situaban los muecines para proclamar las alabanzas a Dios y los llamados a las cinco oraciones diarias en los tiempos convenientes, y también el mihrab, nicho u hornacina indicando en el muro la Quibla (orientación a La Meca).

Los musulmanes árabes, tan recientemente nómadas o mercaderes, no tenían experiencia en arte y arquitectura; reconocían sus limitaciones y llevando a la práctica los sapientísimos dichos del Profeta del Islam, como «¡Id en busca de la ciencia a todas partes, hasta la China!», y «¡Echad mano de la sabiduría y no mires el recipiente que la encierra!», emplearon en un principio los artistas y artesanos de Bizancio, Egipto, Siria, Irak, Irán y la India y adoptaron sus formas y tradiciones artísticas. Hacia 742, se fundó la mezquita de Tsi o Xi nan, que fue un símbolo de los contactos entre el Islam y China. Situada al suroeste de Beijing, Tsi nan fue frecuentada por numerosos viajeros y comerciantes musulmanes entre los siglos X y XVIII.

La Cúpula de la Roca de Jerusalén, construida por el quinto califa omeya Abd al-Malik Ibn Marwán hacia 690, tuvo influencias bizantinas, aunque su estilo es esencialmente islámico fundamentado en el octógono, uno de los símbolos geométrico que representan mediante el círculo, es decir la infinitud, el monoteísmo y la Unicidad de Dios. Más al este, fueron adoptadas la decoración de azulejos de los antiguos asirios y babilonios y las formas corrientes de las iglesias armenias y nestorianas.

En Samarra, otrora capital musulmana de Irak, fundada por al-Mu’tasim en 838, se construyó un hermoso y singular minarete (torre de la mezquita desde donde el muecín anuncia llama a la oración), llamado Malwiya (“caracol”), de 55 metros de altura, para la gran mezquita edificada entre 848 y 852. Lo sorprendente de la arquitectura de este alminar helicoidal es su semejanza a esos elevados edificios en espiral llamados zigurats que los musulmanes encontraron entre las ruinas de las antiguas ciudades mesopotámicas.

En Irán, el Islam vio las ventajas del grupo de columnas, arco apuntado, bóveda y esos estilos de ornamento floral y geométrico que finalmente floreció en el arabesco. El resultado no fue una mera imitación, sino una brillante síntesis artística y una simbiosis cultural sin antecedentes hasta ese momento.

Mientras que en la Europa cristiana eran raras las aglomeraciones de diez mil habitantes, el mundo islámico contaba con ciudades densamente pobladas. En el siglo X, una quincena de capitales musulmanas contenían a centenares de miles de almas. Córdoba tenía casi un millón de habitantes y Bagdad, alrededor de los dos millones. Samarra se extendió a lo largo de 35 kilómetros y Bagdad llegó a tener 100 kilómetros cuadrados. Ahmad Ibn Ali Yaqub, llamado al-Yaqu’bi, un historiador y géografo del siglo IX, describió el zoco (suq y éste de suqqa, “sendero”) o bazar del Bagdad como: «Un mercado grande, de unos doce kilómetros de largo por seis de ancho. Cada tipo de comercio se encuentra en unas avenidas… de manera que no se mezclen ni las profesiones ni los géneros».

Desde la hispánica Alhambra al Taÿ Mahal de la India, la arquitectura como el arte islámico en general, cruzó todos los límites de lugar y tiempo, despreció las distinciones de raza y sangre, creóse un carácter único y, sin embargo, variado, y expresó el espíritu humano con una profesa delicadeza jamás superada.

Ciencias

Introducción.

La Importancia de la Ciencia en el Islam

A fines del primer milenio y principios del segundo, la cultura más refinada y con mayor nivel de creatividad era la islámica. Iniciada en Arabia a principios del siglo VII con el protagonismo carismático del Profeta Muhammad (PyB), se extendió con gran rapidez y alcanzó en una primera etapa a Irán, en el este, y África del Norte y la Península Ibérica, en el oeste. Más tarde, en el siglo VIII, el Islam llegó al Asia central y, en los siglos XIII, XIV y XV, a buena parte del África y sudeste de Asia.

Los rápidos avances iniciales pusieron en contacto a los musulmanes con pueblos diversos que, en algunos casos, era depositarios de restos de las ricas de las ricas culturas griega y romana. El mundo islámico había asimilado así, afines del siglo IX, un valioso legado cultural que interactuaba armoniosamente con la sabiduría y mística de la Revelación coránica monoteísta.

En ese proceso de transvase entre culturas fueron traducidos del griego al árabe, entre otros, los notables trabajos, matemáticos en lo esencial, de Tolomeo, Euclides, Arquímedes, Menelao y Apolonio. Además, en esa misma época, los musulmanes entablaron un considerable comercio con la India, que les permitió adquirir un buen conocimiento de la matemática india.

Es grande la deuda que ha contraído Occidente con los traductores árabes: sin su contribución, gran parte de la matemática griega e india se hubiera perdido. Sobre la mase de ese legado matemático, los estudiosos musulmanes produjeron un extraordinario desarrollo de la aritmética, la geometría y la trigonometría. Un proceso similar se dio en otras ramas de la ciencia, en particular en astronomía, geografía y medicina.

Es evidente que un fenómeno cultural de tal magnitud fue posible por la existencia, en Irak, Irán, Egipto y España de un nutrido conjunto de intelectuales y estudiosos islámicos, merecedores muchas veces de la protección de emires, sultanes y califas.

Esta es una sintética presentación de los grandes eruditos y científicos musulmanes para tener una idea mínima de lo mucho que aportaron a la cultura universal.

Es de notar que, en su mayor parte, estos hombres abordaron simultáneamente varias ramas de las ciencias y las artes. Sus contribuciones y trascendencia son en muchos casos comparables (y en algunos casos superiores) a las de las grandes figuras del Renacimiento europeo, como Leonardo da Vinci, Cardano o Galileo.

Desde el siglo X hasta el siglo XVI, el flujo de conocimiento era estrictamente desde el Islam a Europa. Las obras de los eruditos musulmanes se traducían de forma regular al latín y otras lenguas europeas y se utilizaban como libros de texto y manuales prácticos. Los eruditos y pensadores europeos visitaban regularmente los centros del saber musulmanes. Los estudiantes europeos viajaban a Córdoba, Palermo, El Cairo, Bagdad y Samarcanda para estudiar con grandes maestros de un modo similar a como los estudiantes musulmanes acuden ahora a París, Londres, Madrid, Heidelberg y Nueva York para ampliar sus estudios. El árabe, como el inglés hoy, era la lengua de la ciencia y la cultura y quienes se ocupaban del pensamiento y el saber mostraban su interés vistiendo como los eruditos musulmanes.

El Renacimiento europeo, y el progreso de la ciencia, la tecnología, la medicina y humanismo que generó, se construyó a partir de los eruditos y pensadores musulmanes. El Renacimiento es inconcebible sin la contribución musulmana, lo que apenas se reconoce: los logros de eruditos y científicos musulmanes fueron con frecuencia plagiados, minimizados deliberada y sistemáticamente, menoscabados e ignorados.

Una cuantas cosas que Occidente aprendió, adoptó o tomó prestadas de los musulmanes:

  • Como debatir (en particular filosóficamente): métodos intelectuales.
  • Filosofía griega: Platón, Aristóteles y los neoplatónicos, método empírico y experimental.
  • Cómo contar: el cero y los numerales árabes.
  • El álgebra, la trigonometría y la geometría esférica.
  • Instrumentos de laboratorio: tubos de ensayo, matraces y similares.
  • Óptica, leyes básicas de la luz.
  • Hospitales, instrumentos quirúrgicos.
  • Herramientas bibliográficas: catálogos, bibliografías, diccionarios, diccionarios biográficos, tesaurus, enciclopedias.
  • Organización y administración de bibliotecas; sistemas de clasificación
  • Elaboración de papel.
  • Publicación (como industria) y librerías.
  • Hidrología, varios sistemas de irrigación.
  • Cómo orientarse: cálculo de dirección; navegación, compás.
  • Cartografía: un auténtico mapa del mundo.
  • Conjunto básico de leyes y hecho astronómicos (la mayoría fueron plagiados por los europeos).
  • Los «cánones de medicina» básicos (de Avicena y ar-Razi).
  • Historia universal. Sociología.
  • El arte de la «vida elegante».
  • Armonía musical: la guitarra y otros instrumentos de cuerda y percusión y la técnica de ejecución.
Cine

Introducción.

A que se le llama Cine Islámico

El término “Cine Musulmán” indica un universo cultural muy amplio y variado con producciones de diferentes países de los 5 continentes y que representan a los 57 Estados de la Conferencia Islamic Mundial (OIC)

Es muy importante destacar que como lo establece la tradicion islamica proveniente de sus fuentes fundamentales es muy importante respetar ciertas pautas inherentes a la no representacion de Dios por lo que esta prohibido en el Islam hacer una imagen del Creador, es decir Dios (Allah).

Asi mismo tampoco esta permitido representar a los Profetas y Mensajeros enviados por Dios a la Humanidad.

Anualmente se celebran festivales internacionales de Cine Musulmán en los cuatro rincones del planeta. Amén de aquellos que tienen lugar en el Mundo Islámico, muchos otros se suceden desde Los Ángeles, pasando por diversos países Asia, o europa hasta Moscú .

Mundo Arabe Islamico

Tradicionalmente, el Cine de Egipto reúne el 70% de las realizaciones de los 22 países de la Liga Árabe. Asimismo, desde hace unos veinte años han tenido una gran trascendencia las películas palestinas, iraníes, argelinas y tunecinas que han sido vistas y aclamadas por millones de espectadores y premiadas en los foros más prestigiosos.

Sin embargo, dos películas dirigidas por el notable cineasta sirio Moustapha Akkad, (1930-2005) han despertado el interés y la pasión por el séptimo arte en el Mundo Islámico. Se tratan de “Muhammad, Mensajero de Dios” (retitulada “El Mensaje” para la difusión en Estados Unidos y otros países occidentales) de 1976, y “Omar Mujtar, El León del Desierto” de 1979, curiosamente ambas protagonizadas por el actor mexicano Anthony Quinn (1915-2001) y con música del compositor francés Maurice Jarre (1924-2009).

Cine Indio

El Cine Indio expone muchas huellas de la identidad islamica que es parte del tejido social de la India, de su historia mostrando su interaccion con la religion hindu y otras creencias.

La industria del cine de la India es la más importante del mundo en términos numéricos en cuanto al volumen de largometrajes y cortometrajes anuales. India contabiliza el 73 % de los ingresos por la edición de películas en la zona de Asia-Pacifico. Los indios son los ciudadanos del mundo que más acuden al cine, con cifras récord que han alcanzado los mil millones de personas en tres meses.

Muchos de los mas destacados actores de Bollywood son musulmanes y muestran su identidad musulmana en sus roles de actuacion  donde puede verse en los guiones y tematicas la convivencia y la historia mas contemporanea del Islam en la India.